Éste fragmento forma parte de mi libro, en preparación, titulado DÍAS DE NIEBLA.

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Negocios van, negocios vienen. Algunos apenas sobreviven seis meses, un año, o dos y se desvanecen, cierran sus puertas y, tan tan, se acabó.

Otros perduran año tras año, tras año. Se perpetúan, se hacen viejos; se enquistan en el paisaje citadino y sirven de referencia para ubicar lugares aledaños, o citas, o eventos, o anécdotas.

Hubo un negocio, por demás muy próspero y concurrido por los productos que expendía: LA CADENA DE ORO.

Su propietario, don Antonio Barquet Majluf, descendiente de libaneses, tenía una cara de santo, paciente y tranquilo. Y no nada más la cara: así era todo él: paciente y tranquilo, tanto en su negocio con sus clientes, como en su hogar, con su dulce y tierna familia.

Su negocio era la fotografía: cámaras fotográficas, cámaras de cine, rollos fotográficos de todos los formatos, tripiés, flashes, binoculares y todos los implementos relacionados con el ramo fotográfico.

Lógicamente, como todo aquello que reúne indistintamente personas de todo tipo y en diversas circunstancias, acontecen las anécdotas.

En cierta ocasión en que un cliente interesado en un telescopio, que también se vendían en LA CADENA DE ORO, le dijo a Toño:

-Éste me agrada, pero me gustaría verificar qué tanto acerca la imagen.

Y como la tienda estaba en medianía de calle, y no en una esquina, le dijo al cliente:

-Vamos a la esquina para que puedas ver hacia la alameda, o al Cerro del Borrego.

Y fueron a la esquina de Colón y Madero, y colocaron el tripié (entonces no había ni tanta gente, ni tanto tránsito vehicular) y enfocó Toño Barquet el telescopio hacia el asta-bandera del Cerro del Borrego, con una nitidez asombrosa. 

Sonriendo le dijo al cliente, y amigo:

-A ver, observa y dime.

El cliente coloca su ojo en la lente del telescopio, dice gustoso y guturalmente “mjmh” dando su aceptación.  Mueve el objetivo hacia un lado, hacia donde están los cañones y se queda sorprendido porque alcanza a ver figuras humanas con tal exactitud que le comenta al comerciante:

-Oye, qué bien se ve… Ahí hay unos muchachos, y uno de ellos parece ser tu hijo.

-A ver. 

El comerciante observa por la lente y:

-Ah, canijo, pues sí, es mi hijo Tonche… y está fumando, el condenado muchacho. Pero, al rato que lo vea…

Qué puntería.  Qué coincidencia.  El entonces casi chamaco iba todos los días a ejercitar sus músculos subiendo hasta la punta del cerro en escasos 15 minutos, y para hacer condición física, según él, se fumaba uno o dos cigarrillos en la tranquilidad silenciosa de la vegetación montaraz.

¡Cuándo iba a sospechar el pícaro mocoso que iba a ser descubierto en aquella soledad impenetrable?

Hoy, al cabo del tiempo, La Cadena de Oro dejó de ser, y estar, en la calle Madero.

Toño Barquet descansa en paz, y heredó la tienda a su hijo Toño Barquet Ceja, Tonche, el cual sostuvo durante mucho tiempo el mismo nombre del negocio.  Luego, por razones comerciales cambió a Foto Barquet, y después cerró definitivamente dicho establecimiento de Madero para trasladarse a otra calle cercana.

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UN POCO EN SERIO. UN POCO EN BROMA

 TENEMOS CORAZÓN DE CHAYOTE.

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