Éxodo – 6° de 6

6° y último episodio de esta zaga orizabeña chayotera, referente a las incursiones olmecas por estas regiones..

==============

…y sucedió que un día, después de haber permanecido por tiempo no muy bien definido en esta región de Ahauilizapan, se suscitaron ciertos conflictos emocionales.

Algunos suspiraban por sus amigos personales dejados allá por El Tajín, o en La Venta, o por Tabasco. Incluso por algunos otros que habían emigrado hacia Guatemala.

Oros suspiraban por las costumbres y tradiciones que habían forjado con el resto de sus tribus, o clanes, o grupos sociales.

Suspiraban y hasta lloraban por los tiempos pasados, y las risas dejadas en reuniones de sus respectivos clubes

-¿Saben qué? –les anunció Olmecahuixtle-: mi Olmecaricia y yo hemos decidido regresar a nuestro terruño.

-No puede ser –refutó Olmecachetes, que en todo quería ser la mandamás-. Ya sentaron aquí sus reales y aquí se quedan.

-No vemos por qué tenemos que permanecer aquí. Ya llevamos algunos siglos y, aunque estamos a gusto, queremos estar con el resto de los nuestros.

Olmecallado, que había permanecido en silencio y a la observación, se atrevió a murmurar:

-Pues digan lo que digan, a mi me gustaría también retornar –hizo una pausita, y siguió-: perdón por esa palabra dominguera; me gustaría regresar con ellos al terruño. Añoro admirar todos los días mis hermosas pirámides de San Lorenzo y de La Venta, como se les llamará algún día a estos sitios, y contemplar con verdadero amor la gran Cabeza Olmeca que tanto me recuerda a mi papá.

-Pero, amoooor –susurró Olmecanija alargando la palabra amor, para darle una sensación de ruego-. Ya nos hemos hecho a este clima y a este ambiente. Ya todos aquí somos como una sola familia, aunque seamos cientos de habitantes.

-Si, mi vida –le refutó Olmecallado-, pero recuerda que allá dejamos una familia verdadera, y amigos.

Olmecachetes los escuchaba, esperando alguna opinión de qué valerse para convencerlos de que se quedaran en esta región tan placentera. Pero nada: ya estaban decididos a abandonar Ahauilizapan y nada podría ya retenerlos.

Así, pues, fijaron la fecha en base a los movimientos de la luna y quedaron en que en tantas por cuantas lunas llenas emprenderían el regreso.

Tuvieron que enviar emisarios a sus ciudades de origen, para saber si todavía tenían sitio para vivir; si todavía sus casas estaban disponibles y ponerse al corriente de sus pagos prediales (aunque dudo que los hubiesen inventado los municipios de aquel entonces para llenar sus arcas, y sus bolsillos).

-Y bien, Olmecopa, no has hablado, dicho u opinado nada al respecto.

-Lo que tú digas, viejita.

-¡Y no me digas viejita, que me haces sentir como tu mamá!

-No, mi amor, perdóname.

-¿Entonces?

-¿Qué?

-¡Cómo que qué? Opina. Di algo.

-Está bien, viej… -y cortó la palabra, recordando que no debía decirla, a menos que quisiera ganarse una sarta de improperios, coscorrones y patadas- Está bien, amor. Me parece perfecto.

Y a la espera de que llegara la fecha, agarraba su taparrabo y a hurtadillas se iba, ya fuera a Ojo de Agua (que no se llamaba así), a Nogales (que tampoco se llamaba así), al Rincón de las Doncellas (ídem), a Huiloapan, Xalapilla y a otros veinte o treinta balnearios a refrescar sus ideas y recuerdos que estaba ya acondicionando en un cajoncito de su memoria.

Todas las fechas se cumplen exactamente en el día y la hora que debe de ser, sobretodo cuando se habla del pasado, por lo que ya próximo al año *648 de nuestra era, les empezaban a ganar las prisas para juntar las cosas que habrían de llevarse consigo.

Los utensilios de cocina, ollas, vasijas, metates, una que otra chuchería… todo, menos las esteras que constituían sus mullidos colchones.

Entre otros cachivaches, asomaron sus narices unos idolitos labrados a mano en piedra de río.

-No vayas a olvidar éstos –sentenció Olmecachetes.

Olmecopa los recogió con cierto abandono, murmurando quien sabe qué.

-¡Qué tanto murmuras?

-Pero mujer, ¿para qué los quieres? Son muchos, y muy pesados.

-Ni modo. Soy muy sentimental. Son retratos labrados que me hiciste cuando me querías mucho.

-Y te sigo queriendo.

-Pues jálale con ellos.

-Déjalos ahí, mujercita. Te prometo que cuando lleguemos a nuestro nidito de amor te haré otros tantos, y más.

-¿Dejarlos? ¡Estás loco, o qué? ¿Para qué dejarlos? Para que algún día todas estas tierras se pueblen con otras culturas, y otras costumbres, y se conviertan en ciudades grandes y hermosas, tal vez hasta en Pueblos Mágicos, y algún antropólogo las encuentre y las exhiba en un museo, ya sea de adobe, de concreto o, en el mejor de los casos, de hierro, y ahí expuestas pongan en su explicación que son de tal por cual época, o período, pero no ponga de qué cultura son ni, mucho menos, que me pertenecieron a mi? ¡Estás bien tarado!

Olmecallado la escuchaba cabizbajo y meneando la cabeza arriba y abajo, y por ratos de izquierda a derecha denotando inconformidad.

La dejó hablar y hablar, hasta que ya cansada de su silencio, le dijo:

-Está bien. Pero me las tienes que reponer cuando lleguemos.

Y comenzó el éxodo, abandonando estos parajes paradisíacos, feraces y revitalizados por arterias que dejaban circular este líquido vital que los dioses llamarían elíxir y que los nativos terrícolas conocen, simplemente, como agua.

*Según versiones de algunos arqueólogos, en esta región de Orizaba, se hallaron indicios de la presencia de la cultura Olmeca, mismos que datan aproximadamente del año de 648, de nuestra Era.

.

(Recuerda que los primeros capítulos o las publicaciones más antiguas, siempre irán de abajo hacia arriba).


Comments

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *