POYECTO: LA NOVELA PICARESCA
(DESDE LA CREACIÓN DE DON DEMÓSTENES, HE PROCURADO QUE TODAS SUS HAZAÑAS, VENTURAS Y DESVENTURAS ESTÉN BASADAS EN HECHOS REALES, AUNQUE UN POCO MODIFICADAS PARA HACERLAS UN POCO AMENAS)
Aquella noche, don Demóstenes se había acostado un poco más tarde que de costumbre, por su necia manía de terminar trabajos pendientes, y así le dieron las tres de la mañana que pudo comprobar por el tañer de las campanas, tan desveladas como él mismo y cuyo sonido era también desvencijado.
Difícilmente pudo conciliar el sueño, y sólo pudo lograrlo después de seis o siete vueltas y revueltas en su desvencijado colchón que había preferido colocar en el suelo para que conservara su horizontalidad, pues los resortes del tambor de su cama estaban tan flojos que parecían hamaca, pero sin el confort que ésta le hubiera dado.
Exactamente a las seis de la mañana, con el horario de verano que acababa de comenzar dos días antes, o sea a las cinco de la mañana, tiempo normal, fuertes golpes en la puerta apolillada de su casa lo sobresaltaron. Dudó de que hubieran sido verdaderos y confió en que su sueño había sido muy realista. Pero no, después de unos cuantos segundos, nuevos golpes, insistentes, como anunciando un peligro, hicieron llorar lágimas de polilla a la vieja y ranurada puerta.
Adormecido, titubeando, medio apoyándose en los muebles y paredes llegó y abrió con un poco de sosobra. Se asomó apenas, y vio que era un pariente suyo; no el mismo a quien quería como a un hermano, sino otro, Roberto, que apenas había tratado de cuando en cuando.
El pariente aquel se disculpó por haberlo despertado y le declaró que su coche se había descompuesto; que necesitaba cien pesos y que en prenda le dejaba una herramienta que valía casi 200 pesos.
Don Demóstenes calculó que no eran ciertos ni la excusa ni el valor de la herramienta aquella, pero por no perder más tiempo, decidió darle la cantidad pedida.
Regresó a su colchón “suelitario”, pues ya dijimos que estaba en el suelo y durmió casi plácidamente durante 90 minutos más, despertado por los dedos sonoros del despertador.
Seis días después, y casi a la misma hora, con los mismos toquidos y los mismos desatinos llegó hasta la puerta de la casa de don Demos.
Era el mismo pariente aquel.
-¡Qué! ¿Me vienes a pagar?
-No pariente. Tu dinero lo tengo en la casa y te lo traigo el lunes, pero resulta que ahora no es mi coche, sino el coche de un amigo. Nos fuimos a tomar unas copitas; veníamos de Córdoba y chocamos. Ahora necesitamos para pagar la grúa. ¿Podrías prestarme cien pesos? Mira, te dejo…
-No. No me dejes nada, porque no tengo dinero.
-Aunque sean veinte pesos, para el taxi –insistió el pariente.
-Ni un centavo. En tu casa tienes mis cien pesos. Ve por ellos y asunto arreglado.
Se fue. Y no contento con eso, a los pocos días regresó para solicitar nuevo préstamo.
Don Demóstenes que ya sospechaba que algún día iba a regresar la monserga, se previno y puesto de acuerdo con un amigo, le dijo a su pariente que le iba a solucionar no sólo lo del préstamo, sino que todavía se iba a ir cabezón con una ganancia buena y jugosa.
El pariente Roberto se deshacía en sonrisas y agradecimientos; en frases cordiales y dicharajos nerviosos. Casi le besaba las manos a Demóstenes, el cual, lentamente, se peinaba su reducida cabellera; limpiaba de polvo sus diminutos lentes y ya vestido adecuadamente, le pidió que lo acompañara a ver al amigo y vecino que le iba a proporcionar el dinero.
Un poco asombrado, dudó varios pasos el pariente, pero al fin, ante la decisión de Don Demóstenes, pronto se emparejó a él y caminaron unas cuantas cuadras.
Frente a una casa modesta y casi igual de vetusta que la suya propia, Demos llamó varias veces a la puerta, hasta que le abrió un amigo personal.
Después del saludo de rigor, y una seña a escondidas del pariente Roberto, llegó la presentación de éste.
El amigo puso tal cara de enfermo, que Roberto casi se compadece y en ese momento, sorpresivamente Don Demos le dice al amigo:
-Este es mi pariente. Ya te he hablado de él. Es una buena persona, serio y saludable. Muy saludable. Si le das esos diez mil pesos que estás dispuesto a pagar, creo que él, de todo corazón te puede vender uno de sus riñones; de esa manera los dos se ayudan recíprocamente…
El amigo se le quedó mirando al pariente Roberto; y éste, Roberto, dudando un poco de lo que sus oídos escuchaban, poco a poco fue dando un pasito hacia atrás, luego otro y, como un fogonazo recordó que tenía una urgencia de algo y, sin despedirse siquiera del amigo ni del pariente Demóstenes, salió en estampida hacia otros horizontes más prósperos y menos peligrosos.
La risa franca y sincera de don Demos y su amigo, todavía resuena en el eco de las anécdotas citadinas.
Muchas gracias por tu atención.
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