Don Demóstenes andaba muy preocupado por la salud física y mental de un amigo, no muy allegado a él en lo que respecta a afinidad de gustos, pero si próximo a su estimación por su manera de ser.

Ryu, proveniente de oriente, no había perdido su acento japonés, y eso le divertía a Demos, más que nada, porque a veces se le cuatrapeaban algunas palabras, y turbado y azorado, sonreía con esa dientona sonrisa que tienen, mientras buscaba en su archivo mental la palabra justa y su más o menos clara y perfecta manera de pronunciarla.

-¿Cómo va la salud? –le cuestionó don Demos.

-Bien, muchas gracias por preguntar –respondió con esa cortesía tan suya que los caracteriza.

-Y ¿en su trabajo?

-También, aunque en estos días nos mandaron a descansar por causa de la cuarentena, por lo del Coronavirus.

-Claro, es una buena medida –asintió don Demos-; sin embargo, no estamos cumpliendo debidamente con la ordenanza de no salir de casa, salvo en casos muy especiales.

-Ciertamente –asintió Ryu, y continuó-: hoy tuve que salir porque, en verdad, me siento mal a causa de Coronavirus.

Al escuchar esa confesión, don Demos dio cuatro, o cinco pasos atrás, e instintivamente sacó del bolsillo trasero de su pantalón un arrugado y casi achicharronado pañuelo que llevó como de rayo a su minúscula nariz, mientras, con la otra mano, urgó en otro bolsillo y sacó un frasquito rociador, conteniendo alcohol, mismo que agitó en el aire, antes de rociar con él, primero su pañuelo arrugado y sucio y luego apuntó hacia su interlocutor que, ni tardo ni perezoso extendió las manos hacia don Demos, en señal de detención.

-¿Que pasarle, señor don Demos?

-¡Cómo qué pasalme? Digo, perdón: Cómo que qué me pasa? Pues no acaba usted de decirme que se siente mal a causa del Coronavirus? Y todavía me lo dice usted a boca de jarro? Y todavía anda usted en la calle, en vez de ir de urgencia a un hospital. Es usted un criminal.

-No señor don Demóstenes. Yo “cleel” que haber un malentendido –trató de disculparse cortésmente Ryu, el japonés.

-Qué malentendido ni qué nada. Debieran de meterlo a la cárcel.

-No entiendo de qué habla, señol –ante dicha situación de desconcierto, Kyu comenzó a tartamudear y adquirir más su nativo acento oriental.

-Pues yo le haré entender –dijo ya con cierto tono agresivo nuestro casi siempre pacífico amigo Demóstenes.

-Pelo, señol… Pol favol… ¡Qué hice o dije que le causa tanto furor?

-Está usted viendo cómo está la situación con esto de la epidemia de Coronavirus, y usted todavía me platica, como si nada, que se siente mal a causa de Coronavirus.

Kyu pone sus rasgados ojitos casi en blanco, como buscando en el aire la exacta explicación, y al fin, entrecerrándolos un poco más de lo que ya los tiene por naturaleza, vuelve a sonreír mostrando sus desmesurados dientes.

-¡Ah, ya entendel! Yo no explicalme bien, y usted entendelme mal.

Don Demos lo veía con furia, y exigiendo visualmente una explicación.

-¿Y?

-Que yo decil que sentilme mal a causa de Corona-virus, -pronunció la letra r, apenas mordiéndose la lengua-, pero no explicarme bien, ni usted entenderme. Lógico. Quiero aclarar que en japonés, mi tierra del sol naciente, cerveza se dice “biru”, y a mi gustalme la cerveza Corona, bien fría. Por eso, es que estuve en casa tomando cerveza Corona, o Coronabiru, con letra be, no con uve.

-Ah, ya entendí –sonrió Demóstenes, guardando su achicharronado pañuelo y su frasquito rociador con alcohol-. Pues siendo así, lo acompaño a donde iba, y luego podemos brindar con unas “Coronabirus”, al fin que a este tipo de epidemia somos inmunes.

Y riendo y festejando la sarta de confusiones, se alejaron por el mismo camino, y se hubieran ido dándose palmaditas en los hombros pero, prefirieron guardar metro y medio de distancia entre ambos, por si acaso.  Pero, eso si, don Demos riéndose alegremente en español y Ryu, en caballeroso y cordial japonés.

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