Uno de los poetas que más me ha cautivado es, sin duda, César Vallejo, peruano de nacimiento (Santiago de Chuco, 1892).

De niño fue educado en el seno de una familia que profesaba una gran devoción cristiana, y que por lo mismo, pretendía que César fuese cura.

A la edad de 26 años, después de haber cursado su bachillerato en Letras en la Universidad de Trujillo, publicó su primer libro, titulado “Los Heraldos Negros”, poemas que constituyen el más representativo ejemplo de posmodernismo.

En 1920 regresa a su pueblo natal donde, por unos problemas fuera de la ley, es encarcelado. Esta triste experiencia, marcará su vida y, con ella, también su obra.  En esta época escribe los poemas que conformarán su poemario “Trilce” (palabra compuesta por los términos triste y dulce); libro considerado como una obra capital de la poesía universal moderna, y obra cumbre de la vanguardia poética en lengua española, a causa de sus audacias lexicográficas y sintácticas.

Emigra a París donde, con excepción de algunos viajes a la Unión Soviética, España y otros países europeos, permanecerá hasta el fin de sus días. Huelga decir que estos años estuvieron marcados por una gran pobreza, y un intenso sufrimiento físico y moral.

Afiliado al Partido Comunista de España, y ante las acciones de Guerra Civil en aquel país, escribe en 1939,  su poema más político; “España, aparta de mí este cáliz

Por ese año, publica también su libro “Poemas Humanos”.

César Vallejo, quien en un epígrafe escribió:Yo nací un día que Dios estuvo enfermo”, murió en París el 15 de abril de 1938.

Uno de sus poemas más relevantes es, sin duda, el que dio nombre a su libro

LOS HERALDOS NEGROS

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!

Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos

la resaca de todo lo sufrido

se empozara en el alma… ¡Yo no se!

Son pocos, pero son… Abren zanjas obscuras

en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.

Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;

o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,

de alguna fe adorable que el Destino blasfema.

Esos golpes sangrientos son las crepitaciones

de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre… ¡Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como

cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;

vuelve los ojos locos, y todo lo vivido

se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!

(DATOS ENTRESACADOS DE AQUÍ Y DE ALLÁ)

Vale la pena leerlo, sobre todo TRILCE, que a lo mejor cueste un poco de trabajo entenderlo.

Toda su obra me conmociona.

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