Gustavo Adolfo Bécquer

Uno de mis poetas preferidos, desde mi ya muy lejana juventud, lo fue, y ha sido todavía, Gustavo Adolfo Domínguez Batista, más y mejor conocido como Gustavo Adolfo Bécquer o, simplemente, Bécquer, apellido que, por cierto, fue el segundo de su señor padre y que Gustavo adoptó para si.

Nació el 17 de febrero de 1836 en Sevilla, España, donde cursó sus primeros estudios e inició la carrera de Náutica.

A la edad de 18 años, queda huérfano, y se traslada a Madrid, donde intenta dedicarse a la pintura, emulando la trascendencia paterna, que era pintor del costumbrismo sevillano, pero esa misma tendencia hacia el dibujo, por lo cual era admirado por sus compañeros, le ocasionó serios contratiempos, ya que fue sorprendido, y despedido, por el director de la Dirección de Bienes Nacionales donde laboraba, haciendo dibujos de escenas de Shakespeare.

Decide dedicarse a la literatura, y sufre la pobreza (creo que esa es una de las pruebas de fuego que sufrimos quienes pretendemos dedicarnos a escribir), y dedica sus esfuerzos a colaborar en algunos periódicos de poca categoría.

Posteriormente entra al periódico “El Contemporáneo”, donde publicó crónicas sociales, algunas de sus leyendas y los ensayos costumbristas Cartas desde mi Celda.

En ese mismo año, su destino le hace justicia, pues consigue un cargo muy bien pagado, como censor oficial de novelas.

Hacia 1867 escribe sus famosas Rimas, pero la Revolución de 1868 hizo que se perdiera su manuscrito, y tuvo que preparar otro.

¿Quién no ha leído las Rimas, de Bécquer?

Quien no ha leído las Rimas, de Bécquer, no tiene idea de lo que se ha perdido literal y literariamente hablando.

A continuación, te entrego un poema de mi siempre admirado Bécquer.

RIMA LII

Volverán las oscuras golondrinas

en tu balcón sus nidos a colgar,

y otra vez con el ala a sus cristales

jugando llamarán.

Pero aquellas que el vuelo refrenaban

tu hermosura y mi dicha a contemplar,

aquellas que aprendieron nuestros nombres,

ésas… ¡no volverán!

Volverán las tupidas madreselvas

de tu jardín las tapias a escalar

y otra vez a la tarde aún más hermosas 

sus flores se abrirán.

Pero aquellas cuajadas de rocío

cuyas gotas mirábamos temblar

y caer como lágrimas del día….

ésas… ¡no volverán!

Volverán del amor en tus oídos

las palabras ardientes a sonar,

tu corazón de su profundo sueño

tal vez despertará.

Pero mudo y absorto y de rodillas,

como se adora a Dios ante su altar,

como yo te he querido…, desengáñate,

¡así no te querrán!

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