Lanzando, Piedra, Fundición, Lanzamiento
Lo vi venir y supe que era él, aunque traía cubrebocas, y encima una de esas mascarillas transparentes que parecen de soldador de acetileno, además de una gorra que le cubría toda la cabeza, y la frente y caía sobre sus ralas cejas; y ni qué decir de sus lentecillos estilo John Lenon, ahora opacos por el vapor que despedía su respiración.
Ya frente a frente, ni cómo fingir que no lo había visto si, con ese atuendo, todo mundo se percataba de su presencia.
-Don Pobrelme –me saludó, volteando un poco la dirección de su cara, como queriendo evitar el contacto visual directo para evitar un contagio de él para mi-. ¿Cómo es que anda usted en la calle, y solamente con un cubrebocas?
-Es que sólo salí a comprar pan, y me regreso de inmediato –dije apresurado, en un intento de poner distancia entre los dos.
-No haga usted eso, amigo mío. La situación no está para juegos.
-No, don Demos. Claro que no. Por eso voy de prisa –dije, hablando rápido en un intento de desprenderme de su presencia.
-Pues ya que no podemos sentarnos a disfrutar de un buen café, lo acompaño.
Resignadamente acepté su propuesta, y caminó junto conmigo, a veces cubriéndose con el antebrazo y a veces, ocasionalmente, se le olvidaba, pero no por eso, dejaba de mirarme cuando me hablaba, y volteando de vez en vez, cuando era yo quien lo hacía.
-Y ¿cómo le va de cuarentena? –me preguntó, más que nada por abrir el tema.
-¿Qué quiere que le diga? Así, así. –le contesté moviendo la mano a derecha e izquierda, para dar a entender que término medio-. Casi todo el tiempo encerrado.
¿Y no se aburre?
-No mucho, porque he reencontrado algunas actividades que tenía ya olvidadas. Algunos textos que estaban por ahí amontonados, los he retomado, y me he dedicado a corregirlos. Me he puesto al corriente con el lavado de mi ropa, asear un poco la casa, y otros menesteres… ¿Y usted?
-Igual. Actividades del hogar, y leer… Ver un poco televisión, aunque me inquieta tanta controversia acerca del COVID-19. Unos dicen una cosa; otros otra… Que si, que no, que si fue creado en determinado lugar y luego fue sembrado en otro para romperles la economía; que si fue creado en un país para asustar a los empresarios extranjeros y vendieran sus fábricas o empresas a bajo costo. Total… Nada en concreto, ni a quién creerle.
-Y usted, ¿qué opinión tiene? –pregunté ya nada más para seguirle la plática.
Volteó su ratonil cara casi anónima hacia mi. Me miró escrutadoramente para comprobar que le estaba preguntando formalmente y, al fin, empezó a darme su opinión personal:
-Es posible que si exista el mencionado virus, y también es muy probable que haya sido creado en laboratorio, aunque en realidad dudo que sea tan tremendamente mortal como lo propagan los medios de comunicación; pero, por si acaso, mire usted, don Pobrelme: cubrebocas, mascarilla, gorra, lentes y guantes de tela, todo perfectamente desinfectado antes de ponérmelos, y luego, al regresar a la casa, nuevamente a desinfectarlos.
-Si. Es probable, pero ¿las razones?
-Pues mire. Esto de la cuarentena está bien, porque creo que es una especie de simulacro para acostumbrarnos a algo que se está fraguando. Nos están enseñando que debemos protegernos con encierro para cuando llegue la ocasión…
-La ocasión ¿de qué? –pregunté algo intrigado.
-Para mi, que nos están orientando a cómo deberemos asilarnos, en su momento, en los refugios que instalarán en todos los pueblos y ciudades y metrópolis para cuando llegue el momento…
Picó mi curiosidad.
-¿Cuál momento, don Demos?
-El momento en que estalle la nueva guerra… La Tercera Guerra Mundial; pero no será con bombitas caseras, ni atómicas, noooo –alargó la vocal para subrayar la negativa-. Nada por el estilo, sino nucleares, las que…
Ante tan frenética perorata que empezaba a desatarse en boca de Demóstenes, alcé la mano hacia el otro lado, como saludando a alguien.
Don Demos volteó, por ver a quién saludaba yo, y en ese ínter, en esa distracción, me metí en el primer establecimiento comercial abierto, y me escondí entre los montones de ropa, petrificado, ante el azoro de las empleadas que hacían girar sus dedos índices a la altura de las sienes, denotando que estaba yo loco, y ahí permanecí, de pie, y quietecito quietecito, como si fuese yo uno más de los maniquís que ostentaban la ropa de moda.
No se si mi amigo se percató de mi ausencia, o siguió su camino hablando solo, creyendo que iba pensando en voz alta, como era, a veces, su costumbre.
rafael riquelme nesme.
Mayo 8 de 2020.
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