El recibimiento de las esposas no fue lo que ellas esperaban. No hubo cohetes, ni música, ni festejos en grande porque no había por aquel entonces ni cohetes, ni grupos musicales, ni mole.
De cualquier manera, Olmecahuixtle y Olmecallado no cabían en si mismos de tan contentos como estaban de que hubieran llegado Olmecaricia y Olmecanija; no así Olmecopa que, aunque también deseaba la llegada de Olmecachetes, no esperaba ser agredido de tal forma.
¿Pobre hombre!
-Y, ahora ¿por qué? –se quejó.
-¿Por qué? ¿Y todavía preguntas por qué? Por haberte venido con estos amiguillos tuyos sin consultarme tus planes.
Olmecopa no dejaba de sobarse las partes doloridas; es decir, de sobarse todo el cuerpo, pues su amorosa mujer lo había cacheteado, abofeteado, pateado por arriba, por abajo, por delante, por detrás, por donde más le duele a un hombre: en su orgullo.
-Pero no te enojes –se quejó dolorosamente, moviendo las manos al estilo Chavo del 8.
-Cómo carambas no me voy a enojar, si cuando llegué a nuestros aposentos, todo estaba tirado, sin barrer, ni sacudir, y los trastos sin lavar.
Olmecopa la miraba con ojos llenos de sorpresa y temor.
-Te dejé un recado.
-Ya sabes que yo no se leer, y menos esa cantidad de glifos que sepa el Dios Jaguar qué signifiquen. ¿Tú qué te crees que voy a ir hasta *Jáltipan a que me enseñen la estela donde están labrados los 62 glifos? A menos que me dieran una beca para ir a aprender. ¡Jumm!, como si no tuviera qué hacer.
Y era lógico que no supiera leer, si se pasaba todo el día en el río lavando sus pieles y tejidos de algodón que cubrían su morenazo cuerpo.
-¿Ah, qué caray! –musitó Olmecopa- Ya veré la forma de que haya más comunicación entre nosotros. Algo inventaré, no te preocupes.
Una vez restablecida la paz entre este ejemplar matrimonio, se pidieron disculpas y hasta se dieron una restregadita de nariz.
-Bueno ¿y qué? –preguntó Olmechetes.
–¿Qué de qué? –respondió un tanto asustadizo Olmecopa.
-¿Qué vamos a comer…? Dónde vamos a vivir…? Qué expectativas tenemos…?
Olmecopa se rascó la cabeza como si estuviera pensando, cuando que en realidad se rascaba por la picazón que le daban las grandes colonias de piojos y liendres que había estado cultivando.
-¿Comer…? –Hizo una pausa-. ¿Vivir…? –Otra pausa, más prolongada-. ¿Expectativas…? Qué quiere decir expectativas?
-Esperanza de que se realice algo…
-Mmmh, chiquita, pues estamos amolados. No tenemos nada. Nos venimos así como estábamos: con los calzones en la mano, como dirán alguna vez.
-¡Acabáramos! Pero, bueno… Siquiera que atrás viene una buena comitiva.
-¿Nuestra gente…?
-Nuestra, no. Mía: mis papás; mis hermanos con toda su prole: esposas y esposos e hijos; mis tíos; nuestros compadres con todas sus familias; y uno que otro amigo que se sumó a la marcha exhaustiva que tuvimos que hacer para localizarte, a ti y a esos zánganos amiguillos tuyos.
-Pero, mujer, ¿dónde les vamos a dar alojamiento, si mis amigos y yo vivimos en esta choza que hicimos con varitas, pieles y yerbas?
-Ya veremos, ya veremos.
Y Olmecopa se fue a llorar a la orilla del río Ahauilizapan, que en aquel tiempo ni se llamaba río, ni cauce, ni arroyo, ni nada, pero ahí lloró desconsoladamente, sintiendo que su vida no tenía causa, ni razón de seguir, ante esa expectativa de vida familiar y social que se presentaba de improviso.
¿Dónde acomodarlos? Se preguntaba infructuosamente. No hallaba una solución, y ¿cuántos eran los que llegaban? Muchos. Por lo menos cien.
-¿Qué pasó! –cuestionó Olmecachetes.
-No lo se todavía.
-Pues tendrás que darnos cabida en tu choza.
-¿Ahí? –abrió tan tremendo ojotes que hasta un tecolote que por ahí andaba se le quedó mirando como si fuese su igual y emitió un suave sonido, mismo que hizo ponérsele la carne de gallina a la gorda y enérgica Olmechetes.
-¿Qué tienes, amor? Qué te pasa? –le preguntó su tímido esposo.
-¡Acaso no oíste el canto del tecolote?
-Si. ¿Y qué?
-¿Acaso no sabes que “cuando el tecolote canta, el indio muere”? Y no quiero perderte, aunque no te soporte.
-Pero nosotros somos olmecas, no somos indios. Todavía no llega un descubridor a estas tierras a confundirnos con los habitantes de otro lugar llamado India.
Olmecachetes suspiró profundamente; entrecerró sus abultados ojos y musitó con apenas media voz:
-Cierto. Pero no por eso dejaré de pensar en ello, ni en el problema que tenemos por ahora de dónde vamos a darle hospedaje a nuestra gente, digo, a mi gente
–se corrigió rápidamente.
-Pues no se.
-Bien, por lo pronto, yo dormiré en tu cama, si así se le puede llamar al montón de yerba que pusiste, y tú dormirás abajo, en el suelo.
-Pero, mi vida, si la yerba-cama está en el suelo.
-Entonces cavaremos un hoyo, y ahí dormirás, para estar abajo.
Olmecopa suspiró entrecortado, como conteniendo el llanto; y moviendo la cabeza, aceptó sin chistar más comentarios.
(CONTINUARÁ)
ORIGINAL DE: rafael riquelme nesme
NOTA:
Si gustas dejar un comentario, escríbelo en el recuadro indicado.
Más abajo, en otro recuadro escribes tu nombre, y
Más abajo, en un tercer recuadro, escribes tu dirección e.mail
GRACIAS POR LEERME
*DATO SUSCEPTIBLE A COMPROBACIÓN.
Deja un comentario, poniendo tu nombre en el sitio adecuado, y la dirección de tu e.mail.
Gracias por leerme.
rafael riquelme nesme
Deja un comentario